Vico Ruiz, VP Creativo
Desde hace décadas, la industria publicitaria se ha distinguido por premiarse a sí misma. Hay más de 30 premios nacionales, internacionales y regionales; desde el “Oscar” de la publicidad, que son los leones de Cannes en Francia, donde se presentan las mejores campañas del mundo, hasta premios locales como los Tótem, Caracol de Plata, el Círculo, los AMCO, ASPID y otros más.
La publicidad es EL ARTE DE LO EFÍMERO, porque son instantes fugaces: un spot de 30 segundos en televisión, un posteo en Instagram que dura horas, una experiencia o activación BTL que vive un fin de semana o sólo un día. Pero hay ideas y campañas que rompen la barrera del tiempo alcanzando la inmortalidad al obtener justamente un galardón; desde un shortlist, un bronce, una plata, oro o la pieza reina: el afamado Gran Prix o Titanium.
Estos reconocimientos son más que simples trofeos; representan una parte fundamental de nuestro ecosistema creativo y estratégico. Reconocen el trabajo de todo un equipo que apuesta por salir de la caja, simbolizan la fuerza creativa de una agencia y su alcance; aunque mal enfocado, puede volverse una hoguera de las vanidades.
Los premios publicitarios actúan como faros que guían la creatividad. Son fuente de inspiración para diseñadores, redactores y estrategas. Las campañas ganadoras establecen un estándar, alentando a los profesionales de este sector a superarse a sí mismos. Esta competencia constante estimula la innovación y ello impulsa la industria.
Y es cierto, los trofeos no son más que piezas de metal pintado, madera, plástico o cristal, pero es lo que hay detrás de ellos lo que los hace tan codiciados. Es la culminación de un trabajo arduo en equipo, la complicidad con un cliente que cree en la agencia, la palmada en la espalda para los equipos creativos que confirma que su trabajo se destaca en un mercado abarrotado, el impulso que ayuda a las agencias a atraer a nuevos clientes y a los talentos más aclamados.
Sin embargo, no todo es color de rosa en el mundo de los premios publicitarios. En ocasiones, la obsesión por ganar puede llevar a la superficialidad. Las campañas pueden estar más enfocadas en impresionar al jurado que en lograr resultados efectivos para el cliente. Esto puede conducir a un distanciamiento entre la creatividad y la estrategia.
Es aquí cuando llega el gran fantasma del ego y de los “truchos”, que ponen en segundo plano al cliente y sus necesidades, para dar paso solo a piezas de concurso, de los creativos para los creativos, haciendo a un lado a los protagonistas de esta industria: los clientes, el público y las marcas.
Los premios publicitarios, cuando se utilizan con sensatez, sin duda benefician a la industria, fomentan la competencia y la mejora continua, lo que da como resultado campañas más creativas e impactantes. Aumentan la visibilidad de la publicidad como una disciplina artística y estratégica, lo que puede traducirse en una mayor inversión en publicidad, dan renombre a la agencia y a las marcas, inspirar nuevos talentos… bien manejados son un ganar-ganar para todos.
El reto, como todo en la vida, está en mantener un equilibrio, recordando que los resultados efectivos para el cliente son la verdadera medida del éxito publicitario.