Por Karina Navarrete/ Asistente de Dirección de Producción
Todo empezó cuando estaba buscando carreras en la universidad y lo único que tenía claro era: “quiero estudiar algo que no tenga matemáticas” —jaja—. Y seguro muchos han pasado por esa etapa donde te preguntas: ¿qué se supone que debo hacer con mi vida?
Yo, desde niña, amaba la fotografía; me acababa rollo tras rollo y podía pasar horas dibujando.
Al final, terminé escogiendo Mercadotecnia Publicitaria sin tener muy claro hacia dónde iba. Ese miedo de: “ok, ya estudio esto… pero ¿en qué voy a trabajar realmente?” Es más común de lo que creemos.
Después trabajé en varios lugares, probé de todo un poco, pero siempre sentía que algo me faltaba. ¿Te ha pasado? Me gusta… pero no me encanta. Hasta que un día caí —de pura casualidad— en un montaje de Licuadora Group. No sé ni cómo llegué ahí, pero lo amé. ¡¡Lo amé!!
Conocí a gente increíble, me inspiraron y me mostraron un mundo que no sabía que existía para mí.
Ahí descubrí algo que me cambió: los eventos. Montar navidades en centros comerciales era mágico. Imagínate, yo que amo la Navidad, de pronto creando espacios para que miles de personas los vivieran. Después vinieron eventos como el Bolofest y un partido en el Estadio Azteca… momentos que te hacen decir: “wow, soy parte de algo que hace feliz a los demás”. Y entiendes el poder de crear experiencias, de contar historias vivas.
Pero la vida no solo va de trabajo.
Y esta es la parte donde creo que muchos se identifican. A veces nos emocionamos tanto con lo que hacemos que nos olvidamos de algo igual de importante: la balanza. Esa mezcla entre lo que amas hacer, las personas que amas y el tiempo que te das a ti mismo. Yo amo mi trabajo y amo a mi familia, pero no te voy a mentir… también he pasado por etapas difíciles, momentos de duda, cansancio o confusión. Y está bien. A todos nos pasa.
La clave está en aprender a sobrellevar esas etapas. En recordar que no somos máquinas, que la vida va por ciclos, que a veces estamos arriba y a veces solo estamos sobreviviendo el día. Lo importante es no soltar lo que te mueve.
Y con los años entendí algo que ahora es casi mi filosofía:
La vida es como una cámara.
Tú decides si dejas que tus fotos se velen —cuando dejas pasar sueños, cuando te asusta avanzar— o si eliges revelarlas, darles luz y vivirlas. No siempre sale la toma perfecta, pero cada intento cuenta. Cada clic es parte de tu historia.
Estoy aprendiendo a equilibrar mis rollos: el del trabajo, el de mi familia y el mío propio.No siempre es fácil. Pero cuando encuentras luz… uff, todo vale la pena.
Y tú, ¿cuál rollo estás revelando hoy?